(Pen)últimas palabras

(Pen)últimas palabras

Historias de acechanzas y sortilegios. Así se define, en su prólogo, este inquietante puñado de cuentos, donde sus personajes siempre están al límite de sus propias existencias.

Desgarradoras experiencias que los ponen a prueba y nos obligan a nosotros mismos a cuestionarnos cómo reaccionaríamos en sus circunstancias. Ya sea metidos en una trinchera, lidiando con la muerte de un hijo, esperando a nuestra víctima al borde de la carretera o reflexionando sobre las posibles consecuencias de un aborto. Tramas que se entretejen para demostrarnos la fragilidad de la naturaleza humana ante la inmensidad del universo que habitamos.

Se trata, sin duda, de una lectura que representa un desafío y nos puede llevar, después de practicarla, a no ser otra vez la persona que hasta entonces fuimos.

Portada original
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Libro de cuentos

Año de publicación: 2002

Editorial: Extramuros

ISBN: 959-266-031-X

Páginas: 73

País: Cuba

Reconocimientos de la obra:

  • El cuento «Tiempo de inocentes» —incluido en la obra— obtuvo  Premio en el Concurso Nacional de Cuento Mangle Rojo, 1997, Cuba

Testigos

 

Las gaviotas chillaron.

El hombre las miró por cuarta vez, después a la carretera y luego bajó la cabeza. Aire y silencio eran fríos, demasiado quizás para un abril saturado por acepciones estúpidas. Se recogió en su abrigo. Las olas batían con violencia por debajo de los pies. Un resoplido.

El ronroneo lejano de algún motor reactivó cierto nerviosismo perdido. Detuvo sus pupilas en el extremo más alejado de la carretera. Sur vacío, pero el ronroneo ganaba en intensidad. Se puso de pie y los cabellos aprovecharon la altura para retozar ajenos a sus febriles raíces. El metal, tan frío como la atmósfera, casi congela su costado izquierdo.

Salvando la distancia a poca velocidad, un auto, color oscuro, atrajo la atención del hombre. Modelo antiguo, descapotable, marcha insegura… No parecía. Sin embargo, permaneció erguido, la diestra en el bolsillo y la otra, acariciando la ausencia de una sortija. El corazón o el cerebro, algo palpitaba con ritmo anormal. Imposible que las manecillas del reloj giraran al revés. De cualquier forma la historia sería la misma.

Ya el auto era perfectamente visible. Manejaba una mujer de gafas negras, ropa ligera y nariz horrible. Cuando estuvo bien próxima al hombre, aceleró un poco. El ronroneo se acentuó y el auto siguió de largo, levantando a su paso partículas de polvo y granos de arena. También se levantaron un par de gaviotas que descansaban en las rocas cercanas. Emitiendo violentos chillidos se sumaron a la algarabía de las otras miles, suspendidas en el cielo, y todas juntas atentaron contra la morbosa tranquilidad del lugar.

El hombre no se tomó el trabajo de observarlas. Sabía lo que hacían, lo observaban a él y poco le importaba. Aunque de eso no estaba muy seguro, al principio sí le molestaron sus burlas aéreas, ahora no, al menos eso creía (y no era ningún problema convencerse de su propia razón).

Si no ¿para qué estaba allí? Para defender esos amplios motivos. Un asunto de hombres. Sin palabras, ni siquiera un vulgar saludo, sin mujeres, «me traen mala suerte», y si era con mujeres, también. «Como quiera, es carne igual».

No le convenía recordar sus escrúpulos y su absoluta falta de experiencia, ni eso ni el vacío en el pecho de vez en vez al escuchar los chillidos de las gaviotas. «Será rápido» y si era antojo de Dios, sencillo además de rápido. La carretera nuevamente se mostraba desierta. Hubo otro resoplido y una maldición.

Dio media vuelta, mas no llegó a sentarse. Un zumbido opaco lo puso sobre aviso. Venía un auto. Lentamente abandonó las escarpadas rocas de la costa para acercarse al borde de la carretera.

Llevaba la carrocería pintada de blanco, iba a gran velocidad, estilo moderno… Podía ser. Al hombre, sin darse cuenta, le costó respirar y el pulso le tembló. Con sutil inconciencia dejó de acariciar su anular y posó la mano en los helados contornos del metal, bien trabado en su cintura. La desagradable sensación de frialdad se duplicó y, paradójicamente, surgieron minúsculas gotas de sudor en la frente y los brazos. Intentó tragar en seco y no pudo: «será rápido».

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